Un tumor crece en la boca de este demonio |
Un ejemplo lo encontramos en un estudio reciente, que demuestra que causamos cáncer en un gran número de especies a lo largo y ancho de la Tierra.
Porque aunque pueda sorprender, el resto de miembros del reino animal también puede desarrollar cáncer. De hecho, en tantas especies como se han buscado tumores se han encontrado. De momento, ninguna se escapa.
Y las maneras en que la acción del ser humano provocan tumores en otras especies van de lo obvio a lo sorprendente. Empezando por el primer tipo, los investigadores han comprobado que distintos animales desarrollan cánceres a causa de la contaminación de la atmósfera. Como nosotros.
Los humos de coches, viviendas, fábricas y otras estructuras humanas liberan a la atmósfera sustancias capaces de provocar mutaciones, y por tanto cánceres. En nosotros y en el resto de fauna, de eso no se escapa nadie.
También por radiación, como la que se libera de centrales nucleares y situaciones similares. En grandes catástrofes, como la de Chernobil. Pero también en pequeñas dosis, o por la gestión de sustancias de baja radiactividad.
Ninguno de estos dos factores deberían resultar sorprendentes. Lo que sí puede serlo más es el hecho de que una causa de cáncer en la fauna sea la baja diversidad genética. Que en muchas especies se da tal situación como resultado de presiones, directas o indirectas, del ser humano.
¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? La endogamia, entendida como reproducción entre individuos emparentados, tiene una influencia importante en determinados tipos de cáncer. Si los parentales pertenecen a la misma familia, aumentan las posibilidades de que ciertas combinaciones genéticas aparezcan. Y algunas de ellas provocan una tendencia mayor al desarrollo de tumores, entre otras cosas.
El último factor que queda por comentar puede sorprender a más de uno. Se trata de la alimentación. La fauna cada vez tiene menos hábitat natural en donde vivir, lo que hace que se acerquen a zonas urbanizadas, bien rurales o directamente ciudades.
Pero claro, en estos entornos no encuentran comida como lo harían en sus hábitats naturales, lo que les obliga a recurrir a alimentos humanos, desde restos de basura a recursos que gentes bien intencionadas – si es correcto o adecuado sería otro debate – les puedan dejar. Los conservantes, químicos y demás sustancias que llevan incorporadas estas comidas pueden ser perfectamente seguras para nosotros, y no serlo para la fauna. De hecho, así ocurre en muchos casos.
Visto así, puede parecer todo muy negativo y catastrofista. Y en parte puede que lo sea. Pero al menos saber el impacto que tenemos nos puede encaminar hacia formas de reducirlo.
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