Vayamos por partes. Lo primero que hay que aclarar es la diferencia entre una intolerancia alimenticia y una alergia. Cuando una persona es intolerante a un alimento, su cuerpo no es capaz de metabolizar – digerir y aprovechar – determinados componentes. Dependiendo de cómo sea la intolerancia, la reacción puede ir desde un pequeño malestar a una incomodidad seria. Pero en ningún caso existe riesgo para su vida.
En cambio, una alergia provoca una reacción violenta del sistema inmune, y puede desembocar en un ataque anafiláctico. Que, si no se trata adecuadamente, puede provocar la muerte. Así que conocer la diferencia es fundamental. Los alérgicos deben llevar – y saber aplicarse – una inyección de epinefrina para contrarrestar el ataque anafiláctico. Pero como la mayoría de la población no sigue indicaciones médicas, no cuentan con estas inyecciones, lo que pone sus vidas en riesgo.
Claro, que la situación contraria no es buena tampoco. Las intolerancias permiten consumir un rango de alimentos más amplio, y cuando se confunde una intolerancia con una verdadera alergia, las personas dejan de consumir alimentos y nutrientes necesarios para su bienestar y su salud. Eliminar alimentos de la dieta sin un seguimiento médico es realmente peligroso, y puede desembocar en malnutriciones aunque el paciente crea estar llevando una alimentación adecuada.
En resumen, que cualquier tipo de restricción en la dieta debe tener un buen motivo y ser supervisada por un especialista… que es lo que no se hace y deberíamos solucionar.
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